viernes, 30 de junio de 2017

Cuatro tequilas


“Arráncame la vida con el último beso de amor, arráncala, toma mi corazón. Arráncame la vida y si acaso te hiere el dolor ha de ser de no verme porque al fin tus ojos me los llevo yo.”

(Fragmento de la canción “Arráncame la vida” de Agustín Lara)

─Ahí están los seises ─dijo Moncho colocando la ficha Seis-Seis en el centro de la mesa.

─Te doblo tu seis ─respondió César con la ficha Seis-Dos.

─Y yo te saco el doble-dos ─agregó Rafa con su ficha Dos-Dos.

Era el turno de Lacho al dominó pero tardaba en decidirse. Hacían ya varios minutos que el rostro de Lacho delataba que se encontraba en otro lado menos en la partida de dominó.

─¿Qué te pasa, Lacho? ─preguntó Moncho.

─¡Toño! ¡Tráeme cuatro tequilas! ─gritó de repente Lacho al cantinero.

─Pero, Lacho, te hace daño, a tu edad y con tus achaques capaz que te nos mueres aquí en la mesa. Además, nos hace daño también a nosotros tres ─advirtió Moncho.

─¡Pues me vale un sorbete mi salud y la de ustedes, Moncho! Además, los cuatro tequilas son para mí sólo ─le contestó Lacho─. ¡Toño! ¿Me oíste? Cuatro tequilas, ¡y del bueno!

─Pues yo no me lo tomaría aunque me lo ofrecieras, Lacho, bonito ridículo haría yo aquí, ¡y a mi edad! ─reclamó César.

─Tú siempre has sido un miedoso, César, siempre tan remilgado y afeitado aquí en el dominó, a tu edad, como bien dices, deberías soltarte más, vivir más la vida, ¿cuánto tienes sin beberte un mezcal siquiera?

─Y tú, ¿qué te traes, Lacho? Andabas desde hace rato muy callado y en este momento reventaste y diciendo puras sandeces ─reclamó ahora Rafa.

─¿Qué reclamas, Rafa? A ver si un día a la semana no le llamas a tu señora para avisarle que ya vas para allá como si no supiera en dónde y con quién estás todos los días.

Y Ramón contestó:

─Ya, Lacho, está bien, somos unos cobardes pero hasta hoy eres bien conocido como ese que no ha pisado tres metros más allá del letrero ese que dice “Bienvenidos a Tlaquepaque”. Si nosotros somos miedosos, tú has estado en este club del dominó de cobardes desde hace cuarenta años. Creo que no quieres decir por qué andabas tan callado desde hace rato. Así que dinos ya qué te pasa, ¿por qué hoy andas tan distraído en el dominó?

Toño, el cantinero, llegó con los cuatro “caballitos” de tequila que acomodó en la mesa junto a Lacho. Inmediatamente, éste tomó uno de los vasitos y se bebió el primer tequila de un sólo trago. Tosió un poco, hizo unos gestos de amargura y se quedó mirando el vaso vacío.

─Esto sí que es bueno ─afirmó con seguridad Lacho a sus compañeros. Tomó el segundo “caballito” y también se lo sorbió de una sola vez con un muy visible gesto de satisfacción. Levantó la mirada hacia sus amigos y con determinación prosiguió con su diálogo─. Amigos… tengo un mal cardiaco muy avanzado y en etapa terminal. Tal vez me muera mañana aunque tal vez les aguante todo el mes pero no más. Apenas lo supe hace unos días y llevo pensando desde ayer qué quiero hacer el tiempo que me queda.

Los tres oyentes se quedaron fríos observándolo, nada salió de sus bocas ni siquiera un respiro. Lacho levantó el tercer vasito de tequila y, nuevamente, de un sólo trago lo bebió completo.

─Insisto, ¡qué buen tequila! ¡muy sabroso, Toño, gracias! ─le gritó Lacho al cantinero. Sacó de uno de sus bolsillos un pequeño marco con un contenido que ya los demás conocían. Volvió la vista a sus compañeros y prosiguió─. Así es amigos, me llega la muerte. Me persigue desde hace meses y ni cuenta me había dado y antes de que me alcance quiero pedirles un favor: como bien saben conservo como mi máximo tesoro esta servilleta con el borrador de una canción de Agustín Lara que escribió él mismo en una de estas mesas cuando yo ocupaba el puesto de cantinero. Ya el maestro Lara era famoso y yo, aunque sorprendido por su presencia, no dejé de atenderlo con tequilas así como hoy me atiende Toño. Ya saben también que don Agustín dejó la servilleta como si fuera basura y yo rápido le pedí que me dedicara en ella el saludo que ya ustedes conocen “A mi amigo Horacio López. Agustín Lara” y al que accedió de muy buena gana el maestro.

”Tengo toda la intención de llevar ésta servilleta a la Casa Museo Agustín Lara, en Veracruz, donde sea expuesta y se vea esta dedicatoria con mi nombre. Yo, que nunca hice nada espectacular ni trascendente en mi vida y que ni siquiera he salido de aquí de Tlaquepaque, tengo la oportunidad de ser visto en un museo, de ser mencionado de aquí en adelante como ‘el misterioso amigo de don Agustín al final de la servilleta’.

A César y a Moncho les comenzaba a correr una lágrima. Rafa salió primero del estupor que le había causado la mala noticia de su amigo y lo interrumpió:

─A ver, espérame, ¿cómo está eso? ¿Estás seguro de ese diagnóstico? ¿No hay nada que se pueda hacer ya? ¿Ya fuiste con otros médicos?

─Ya está revisado y constatado varias veces y con muchas personas. Esperar un corazón nuevo es ya imposible sobre todo por la edad que tengo. Así que ya arreglé documentos y deberes. Es lo bueno de saber que se va uno a morir, se hace uno el tiempo para hacer muchas paces. Lo único que me faltaba era avisarles a ustedes y, ¡heme aquí!

Al ver a sus amigos llorosos, Lacho, también permitió que una lágrima se le saliera y prosiguió:

─El favor que quiero pedirles, amigos, y antes de que pase más tiempo, es que lleven ustedes o alguno de ustedes esta servilleta enmarcada al museo si por alguna razón yo no puedo hacerlo, ¿me pueden complacer?

Todos guardaban un silencio de sepulcro, incluso Toño, el cantinero, no se atrevía a interrumpir para ofrecer algo más a la mesa pues había escuchado todo el monólogo de Lacho desde la barra donde se encontraba limpiando vasos.

─Vas a ver que no será necesario, Lacho, seguramente irás tú mismo a entregar esa servilleta. Así que no te apures ─le respondió a César con precaución.

─Esa es mi intención, César, pero prefiero escuchar su promesa por si mi destino fuera no salir nunca de Tlaquepaque ni siquiera al panteón.

─Está bien, Lacho, yo lo hago ─por fin habló Moncho─, sólo o con éstos dos, yo mismo llevo tu tesoro al museo.

─Cuenta conmigo ─dijo César─.

─Conmigo también, ¡faltaba más! ─agregó Rafa─.

─¡Bien! Pues todo está arreglado.

Lacho levantó de la mesa el último “caballito” de tequila, lo contempló un momento y, sin más, se lo bebió y exclamó: “¡Qué buen tequila!”. No pasó ni un minuto cuando dejó el vasito en la mesa y se llevó la mano a su antebrazo derecho, como si hubiera sentido una punzada. Agachó la cabeza con los ojos muy cerrados, encogiéndose de hombros como haciéndose pequeño. Algo le oprimía el pecho y un instante después… dejó de sentir, todo su cuerpo se relajó y se quedó quieto atrapado ahí entre el borde de la mesa y el asiento donde reposaba.

Después de varios segundos sin reaccionar ante la escena que presenciaban los demás, se levantó Rafa con los ojos llorosos al ver inmóvil a su amigo. Acercándose y tomándole del brazo dijo:

─Lacho, ¡Lacho!

Los tres por fin comprendieron con pesar lo que sucedía.

─Se fue, Rafa, ya nos dejó Lacho ─dijo César y se levantó rodeando a Rafa con su brazo.

Moncho no dijo nada. Otra lágrima apareció en su rostro. Se levantó de su silla y tomó la servilleta enmarcada guardándosela en uno de sus bolsillos.

Roy Lobo (29.jun.2017)
Inspirado en una escena del filme En el último trago” (2014)